Dra. Gladys González De Bothe, Psicóloga Clínica
Todas las personas nos hemos sentidos culpables en alguna ocasión, sobre todo cuando hemos hecho algo que sabemos que está mal, o hemos dejado de hacer algo, que creíamos que deberíamos haber hecho. El sentimiento de culpa se entiende como un estado emocionalmente desagradable, que se produce después de realizar un hecho inapropiado y que continúa hasta que se restaura el equilibrio, independientemente de que otros conozcan la acción que lo motivó.
Como toda emoción, tiene su función: ser conscientes de que hemos hecho algo mal, para ayudarnos a mejorar nuestro comportamiento con nosotros mismos y con los demás y de esta manera no repetir el mismo error 2 veces. Por lo tanto, es una emoción completamente natural y parte normal de un ser humano.
La culpa es un sentimiento poderoso, agudo y sutil, pero a veces nos tortura por lo que hicimos, por lo que dejamos de hacer, por lo que dijimos o pensamos y aun por lo que tuvimos intención de hacer aunque no lo hayamos hecho. Pero a pesar de que suele fustigarnos, tiene la finalidad positiva de animarnos a obrar bien.
Como el ser humano es el único ser cuya mente puede conducirlo a destruir su cuerpo, a acabar con sus semejantes y a arruinar el entorno en que habita, lo único que puede frenarlo es un sentimiento de culpa fuerte y disuasivo. La culpa es, en sí misma, constructiva y, a pesar de ser intrusiva y agresiva, procura inducir a las personas a que obren bien.
Así como el sentimiento de dolor está llamado a generar la emoción de la tristeza, los sentimientos de culpa constructivos tienen el propósito de ayudarnos a ver nuestras faltas y cambiar nuestro comportamiento indebido. Como promueve la emoción del remordimiento (del latín mordere), nos “re-muerde” la conciencia para animarnos a modificar la conducta indebida y enmendar los males ocasionados.
Lo grave, o mejor dicho gravísimo, es no experimentar culpa cuando se han cometido actos horribles, pues nunca habrá remordimiento ni mucho menos enmienda de esos errores, como les suele pasar a los psicópatas, que ni siquiera son conscientes del daño causado y hablan de las acciones cometidas como si no fueran en lo más mínimo inadecuadas.
En el caso de una enfermedad mental como la descrita, podría ser entendible tal desatino en los sentimientos de culpa no experimentados, pero tristemente en ocasiones vemos que personas que no tienen ese diagnóstico, no se sienten culpables de haber cometido masacres, haber reclutado niños para llevarlos a la guerra o haber arrasado con poblaciones enteras y ni se disculpan, ni se arrepienten, ni buscan ningún tipo de resarcimiento.
Cómo le haría de bien a algunos países que sus dirigentes experimentaran algo de culpa por los daños causados a sus semejantes, para que tanto víctimas como victimarios elaboraran los duelos no resueltos y lograran el anhelado perdón, que no es otra cosa que recordar sin tanto dolor.
Cómo le haría de bien a una persona que ha agredido a su pareja y/o a sus hijos experimentar culpa para que pueda resarcirse de los errores cometidos, demostrando con hechos que puede ser mejor ser humano.
Es cierto que la culpa nos genera sufrimiento, pero su finalidad no es mortificarnos sino llevarnos a corregir nuestras faltas para disfrutar la satisfacción de obrar bien. La reparación a la que nos invitan los sentimientos de culpa y el consiguiente remordimiento sirve para enmendar el daño que hacemos y contribuye a que haya armonía entre los seres humanos.
SENTIRSE CULPABLE AL RECONOCER UN ERROR, IMPLICA ACEPTAR Y ASUMIR LA RESPONSABILIDAD, ENMENDAR LA FALTA, RESARCIRSE PARA LOGRAR EL PERDÓN DE OTROS Y DE SÍ MISMO Y APRENDER DE ELLO, PARA NO VOLVERLO A HACER.
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