Dra. Gladys González de Bothe, Psicóloga Clínica
Hacer trampa se refiere a una forma inmoral de alcanzar un objetivo. Se utiliza generalmente para referirse al incumplimiento de las reglas para obtener ventaja en una situación competitiva; por eso vemos a las personas haciendo trampa en los deportes, los juegos y las apuestas. Sin embargo, esta conducta poco ética suele ser habitual en el medio académico y los espacios sociales, políticos y financieros.
En el deporte por ejemplo, existen actos prohibidos como suele ser pretender mejorar el rendimiento con el consumo de drogas (conocido como “doping”) o alterar el estado del equipo durante el juego, incluso el hostigamiento deliberado o lesiones a los competidores, lo cual algunos deportistas tramposos pueden considerar como “no tan grave”, pues según su convicción “todo vale” para lograr el objetivo, hasta que son descubiertos y por su trampa son expulsados de la competencia.
Es deplorable que para muchos el problema no es hacer la trampa sino dejarse “pillar”, lo cual agrava la situación de transparencia contra la cual todos deberíamos luchar. El apostar dinero amplía la motivación para hacer trampa, más allá del simple hecho de derrotar a los competidores. Al igual que en el deporte, hacer trampa en los juegos de azar se relaciona generalmente con romper las reglas o tergiversar el juego que se ha apostado para interferir en el resultado. Ejemplos de trampas son los dados alterados, las ruletas amañadas o las barajas de cartas marcadas. Frente a esta situación, al apostador ludópata termina acostumbrándose a convivir con estos hechos y no pierde oportunidad para hacer “sus propias trampas” si es que puede.
Los apuntes escondidos suelen ser usados en colegios y universidad para hacer trampa en los exámenes. Este podría ser el primer paso para volverse un tramposo, pues si no es descubierto la primera, la segunda o la tercera vez, lo volverá una costumbre y será rotulado por sus compañeros como un experto habilidoso en el tema. Seguramente no habrá castigo social pues “todo el mundo lo ha hecho” y si es descubierto no será juzgado por hacerlo sino por dejarse “pillar”.
Tendríamos que preguntarnos por qué hacemos trampa si sabemos que no está bien. Donde se origina el flagelo de la deshonestidad que ha permeado nuestra vida cotidiana o en qué momento alguien opta por utilizar la trampa para conseguir sus propósitos. La respuesta a estos interrogantes podría parecer simplista, pero es real. El problema radica en cómo hemos sido educados desde niños y posteriormente qué influencia cultural hemos recibido para actuar o no de forma íntegra, transparente y honesta.
El desarrollo de un niño pasa por situaciones que son oportunidades para que la familia fundamente valores como la integridad, la honestidad y la veracidad o, por el contrario, construya estructuras morales, flexibles y tolerantes con los actos deshonestos.
Para enseñar a los hijos a que no hagan trampas podemos aplicar los siguientes tips:
- No hacer trampas nosotros mismos. Al igual que la mentira, si hacemos trampas ellos tendrán la justificación perfecta para poder hacerlo también.
- Evitar en la medida de lo posible que hermanos más grandes o amigos “mal educados”, puedan influir de forma negativa sobre el comportamiento de los más pequeños.
- No ignorar el comportamiento tramposo de un niño. Hacerse “el de la vista gorda” solo le hará saber que puede hacerlo siempre que quiera, porque es una forma de salirse con la suya.
- Nunca celebrarle una trampa como si fuera un acto de “viveza”; al contrario hacerle ver lo indeseable que es una acción de esta naturaleza.
- Enseñar que hacer trampa no es la clave del éxito ni de la obtención de buenos resultados, pues sólo sirve para engañarse a sí mismo y hacer que el resto desconfíe de él. Los niños deben saber que no son merecedores de un triunfo o recompensa si lo hacen trampeando y no por méritos propios.
- Explicarles las repercusiones de hacer trampas: la tarea de trampear puede resultar fácil, pero las consecuencias que tendrá que asumir pueden ser complicadas, desde la sanción impuesta por el centro académico o institución en la que se haya hecho la trampa, hasta la afectación de las relaciones interpersonales con compañeros y la desconfianza que generará en el resto de personas.
Es urgente que todos nos detengamos y nos cuestionemos si somos personas íntegras, pues no podemos seguir exigiendo ni esperando un país, sociedad, maestros, hijos y políticos íntegros, si cada uno de nosotros no lo es.
La integridad se vive las 24 horas del día, 7 días a la semana. En el trabajo, el deporte, el estudio, el núcleo familiar y con los amigos DEBEMOS SER ÍNTEGROS Y NUNCA HACER TRAMPA. Cuando crecemos con principios y nos esforzamos por vivirlos, comenzamos a hacernos fuertes en ellos. La corrupción nace en un núcleo llamado familia y se fortalece en el espacio social, en el que vivimos.
No tome cosas que no sean suyas, no seas ventajoso, no infrinja las normas creyéndose el más “vivo” e inteligente por hacerlo sin que lo descubran; no realice ese acto que denigra su integridad. La meta tiene que ser CERO TRAMPA.
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